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Ella, la mujer solitaria, de cabellera rizada, cuerpo pequeño y algunas pecas. Decidió que su vida en la cuidad, ya no la satisfacia. El sonido de las micros, el aire contaminado, tantas cosas que la ensuciaban y no la dejaban ver su interior.
Dejo todo aquello y se refugió en una casa de colores tierras, con olor a leña recién cortada, rodeada de alamos, que con el roze del viento, hacen gemir a las bigas.
Sola, enfrente a la chimenea, piensa... sus labios, sí! los de él, de un rosado palido y suave textura, que de tan solo recordarlos, se le extremese el cuerpo. La evocaron a aquel día de verano, donde sentados en una banca frente al lago, ellos, ponen término a ese nerviosismo que los fatiga y no los dejó hablar, hicieron que sus ojos lo dijieran todo, timidamente se acercaron y juntaron sus bocas, que se movieron lentamente, pretendiendo que ese momento, no se acabara jamás.
Ese beso hoy está aquí con ella, quien con una copa de vino mirando el fuego, saborea aquel cálido recuerdo.